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Hace un par de cursos participé con varios grupos de alumnos en un concurso de investigación, en el que sobre diferentes temáticas tenían que buscar bibliografía e intentar hacer una aplicación práctica a menor escala en su ámbito personal.
Uno de los grupos de alumnos seleccionó como tema la obesidad escolar, intentando encontrar algún factor que estuviese directamente relacionado con ella. Y buscando buscando encontraron un artículo que era altamente preocupante.
Según el artículo "Patrón socioeconómico en la alimentación no saludable en niños y adolescentes en España", publicado en la revista "Atención Primaria" en octubre de 2014, existe una clara relación entre el nivel socioeconómico familiar y el riesgo de obesidad infantil. Conclusiones como las obtenidas en este estudio hacen aún más relevante la importancia de los comedores escolares, como garantes de una educación equilibrada, también en aquellas familias con menores recursos económicos. Puede verse el estudio en este enlace.
Incluso encontraron un artículo que relacionaba la obesidad entre los jóvenes con el uso cada vez más habitual de palabras inglesas en el ámbito de la comida y la alimentación (como fast-food), pues convierten algunos malos hábitos en algo más cool, desapareciendo la apreciación negativa del término y convirtiéndolo en algo socialmente aceptado (aquí el artículo).
El origen de esa alimentación no saludable hay que buscarlo, en cualquier caso, en la más tierna infancia. Sea por una cuestión innata (quién sabe, tal vez llevemos en los genes un indicador de aquellas comidas cuyo sabor nos gusta más) o sea porque los padres nos equivocamos en algo (probablemente esta sea la causa), los niños desde pequeños tienen una clara predilección por determinados alimentos.
Es lo que demuestra este otro estudio (enlace) que, entre otras reflexiones
interesantes, demostró sobre una muestra de niños de Educación Infantil qué preferencias tenían a la hora de elegir unos alimentos sobre otros. No hace falta ser adivino para deducir las opciones elegidas: dulces, principalmente. Pero el estudio también cuestionaba acerca de qué les daban sus papás para comer, y qué alimento sconsideraban que eran más sanos, y también esto lo tenían claro.
Finalmente, mi grupo de alumnos trabajó sobre este aspecto, imitando el experimento anterior, y obteniendo unos resultados muy similares a los del estudio original.
De los muchos temas relacionados con alimentación y trastornos alimenticios que podemos tratar, el de la obesidad infantil es uno de los que más me preocupan. Porque cada vez veo más sedentarismo, peores hábitos en los niños (y en sus padres), no veo apenas fruta y en cambio sí muchos bollos y aperitivos industriales, y constantemente oigo a mamás/papás y abuelas (abuelos pocos) decir que al niño hay que darle determinadas comidas, las que le gustan, porque si no, no comen.
Es muy necesario y urgente modificar hábitos, empezando por los adultos, que somos los encargados de educar adecuadamente a los niños. Predicar con el ejemplo, y tener claro que el fin, en este caso, debe justificar los medios. Que ello además nos ayudará a evitar muchísimos problemas de salud en el futuro, incluso en un plano económico también ayudará a ahorrar a la administración pública (cuánto dinero cuesta el tratamiento de las enfermedades relacionadas con el sobrepeso).
Que si no, en poco tiempo, veremos más casos como el del municipio gallego de Narón, que se ha propuesto que entre sus 40.000 habitantes adelgacen, de aquí a 2 años, un total de 100.000 kilos. Ahí es nada. A 2,5 kilos por cabeza, aunque va dirigido principalmente a los 12.000 con sobrepeso. Puedes leer la historia en La Vanguardia, entre otros medios.
Uno de los grupos de alumnos seleccionó como tema la obesidad escolar, intentando encontrar algún factor que estuviese directamente relacionado con ella. Y buscando buscando encontraron un artículo que era altamente preocupante.
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Fuente: elsevier.com |
Incluso encontraron un artículo que relacionaba la obesidad entre los jóvenes con el uso cada vez más habitual de palabras inglesas en el ámbito de la comida y la alimentación (como fast-food), pues convierten algunos malos hábitos en algo más cool, desapareciendo la apreciación negativa del término y convirtiéndolo en algo socialmente aceptado (aquí el artículo).
El origen de esa alimentación no saludable hay que buscarlo, en cualquier caso, en la más tierna infancia. Sea por una cuestión innata (quién sabe, tal vez llevemos en los genes un indicador de aquellas comidas cuyo sabor nos gusta más) o sea porque los padres nos equivocamos en algo (probablemente esta sea la causa), los niños desde pequeños tienen una clara predilección por determinados alimentos.
Es lo que demuestra este otro estudio (enlace) que, entre otras reflexiones
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Imagen libre de derechos. |
Finalmente, mi grupo de alumnos trabajó sobre este aspecto, imitando el experimento anterior, y obteniendo unos resultados muy similares a los del estudio original.
De los muchos temas relacionados con alimentación y trastornos alimenticios que podemos tratar, el de la obesidad infantil es uno de los que más me preocupan. Porque cada vez veo más sedentarismo, peores hábitos en los niños (y en sus padres), no veo apenas fruta y en cambio sí muchos bollos y aperitivos industriales, y constantemente oigo a mamás/papás y abuelas (abuelos pocos) decir que al niño hay que darle determinadas comidas, las que le gustan, porque si no, no comen.
Es muy necesario y urgente modificar hábitos, empezando por los adultos, que somos los encargados de educar adecuadamente a los niños. Predicar con el ejemplo, y tener claro que el fin, en este caso, debe justificar los medios. Que ello además nos ayudará a evitar muchísimos problemas de salud en el futuro, incluso en un plano económico también ayudará a ahorrar a la administración pública (cuánto dinero cuesta el tratamiento de las enfermedades relacionadas con el sobrepeso).
Que si no, en poco tiempo, veremos más casos como el del municipio gallego de Narón, que se ha propuesto que entre sus 40.000 habitantes adelgacen, de aquí a 2 años, un total de 100.000 kilos. Ahí es nada. A 2,5 kilos por cabeza, aunque va dirigido principalmente a los 12.000 con sobrepeso. Puedes leer la historia en La Vanguardia, entre otros medios.
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